Capítulo 1

 1



Se acercaba ya la temporada del calor y los días comenzaban a sentirse realmente subidos en temperatura. Escasamente se habían dejado los días del mes de diciembre y a pesar de que habían estado bastante frescos, sobre todo por las tardes y en las noches, los días inmediatos, apenas se había comenzado el nuevo año, estaban bastantes calurosos.

La gente de la ciudad se preparaba para los días de carnaval. Por lo menos a nivel del calor provocaba ya ir a la playa o al río. Los días festivos del mes de diciembre pertenecían al archivo de la historia y en un pasar fugaz muy pocos se habían quedado para llenarse de nostalgia. El tiempo pasaba como más de prisa. No había tiempo para los días vividos sino por vivir. Todo era rápido y la rapidez de las actividades hacía pensar inmediatamente en el carnaval. Ya estaba a las puertas y todo el trajinar envolvía el ambiente en esa rapidez para ir contra el tiempo en una actividad continua y sin descanso. Los que apenas se habían ido para comenzar un nuevo año ya se estaban preparando para volver a los días de fiestas, pero ya en otra perspectiva y dimensión. Los villancicos y la música de paz daban paso a los tambores, timbales y disfraces en un cambio de ritmo y melodía sin terminar la misma ejecución musical, sino en la misma interpretación del tiempo. Solo era cambio de indumentaria para bailar en la misma sala y con la misma orquesta que solo cambiaba el repertorio sin anuncios ni fanfarrias. Simplemente cambiaba y todos igualmente con la orquesta que era la que marcaba los estilos y las variedades. Cambiaban los ritmos y cambiaban los estilos y los que bailaban se ajustaban sin el menor disgusto al compás marcado y vivenciado. Todo era un fluir rápido y con rapidez. Así se hablaba. Rápido. También así se estaba viviendo. Apenas se terminaba lo que en instantes se había comenzado y ya se iniciaba lo inmediato sin dar la oportunidad de regodearse en lo recién vivido porque no había tiempo. Los que se daban esa oportunidad se quedaban estancados y pasaban a la lista de los conformistas y nostálgicos. El tiempo no estaba dando tiempo para esas comodidades o distracciones. Lo que venía era lo que era en un constante repetirse de ganar tiempo para vivir lo que venía. Así, en un sin cesar de cambios y madurez de pasos constantemente. Tal vez fatigoso para algunos, los nostálgicos y románticos, pero fascinante y enriquecedor para los atentos y activos del ya por el ya, en donde lo inmediato era y es la pauta y la medida de la inserción en todos los campos del existir, comenzando por el familiar y retornando por todos los caminos hacia lo familiar, igualmente. Generando ya pobreza o estancamiento o ya riqueza o madurez, dependiendo de la postura asumida y por asumir en la cadena del tiempo.

Los tiempos que se estaban viviendo eran así. El tiempo llevaba a diferenciar radicalmente las posturas asumidas de manera personal con sus respectivas consecuencias. O se quedaba o se andaba. Si se andaba no había la más mínima oportunidad para la nostalgia o para el romanticismo de los tiempos pasados como los mejores. Si por comodidad o por cansancio se daba el chance de nostalgiarse y nostalgiar, se perdía el paso y se dejaba de andar. Recuperar el espacio perdido era retrasarse en el andar. Y andar era sinónimo a movimiento en todas las esferas del comportamiento humano, marcando con ello la constante apertura del tiempo en el tiempo existencial de cada uno. O se tenía o no se tenía esa condición. Y los tiempos modernos estaban llevando a esa constante pauta del movimiento sin pausa. Moverse porque sí, y porque si no, era el quedarse. Lo importante en todo caso de esa situación moderna y actual estaba en que las nuevas generaciones venían ya con ese potencial psicológico y social para enfrentarse y enfrentar un mundo en constante movimiento. Las cargas genéticas de las nuevas generaciones marcaban definitivamente esas nuevas características de la evolución del género humano. Los que no tenían esos nuevos elementos estaban destinados a la asistencia periódica del psiquiatra o a sesiones especiales de autoayuda para intentar comprender que se quedó atrasado en el constante andar de los tiempos modernos. Aún así no se alcanzaría el ritmo perdido en algún momento o se pasaría a enrolarse en la lista de los que no, porque la sociedad y los tiempos vividos estaban marcando que era el tiempo del constante cambio, en apertura sin fin.

Estos elementos hacían más profunda las diferencias generacionales si no se había asimilado la rapidez de los tiempos que pasan y no vuelven sino para indicarnos que todo es movimiento. Tal vez volvía a tener razón el filósofo de la antigüedad al decir que todo es un constante devenir y que el agua del río no es la misma a pesar de ser el mismo río y el mismo cauce.

Los tiempos modernos estaban marcados por esas realidades situacionales. No solamente modernos. Siempre ha sido así. La historia nos lo comprueba. O se andaba o se quedaba. Había que tomar partido. O se tenía esa disposición o no se tenía. En ese caso también cabía la posibilidad de cultivar ese elemento pero con la gran desventaja de llegar a los extremos precisamente por no poseerla naturalmente. Pero se trataba de adaptarse al eterno movimiento del andar de los tiempos modernos, aun en desventaja natural. Se convertía en una necesidad existencial. Los que entendían esa verdad psicológica y existencial ya lo habían entendido y lo seguían entendiendo sacando todas las ventajas que ya habían sacado de las circunstancias e igualmente las seguían sacando en las presentes y así en un circulo sin terminar. Los que solamente le habían sacado las ventajas a ciertos momentos y no permanecían en esa misma línea, ciertamente, eran los aprovechadores de turno generando con ello un mundo de desigualdades. Y el mundo estaba lleno de ellos. Pero aquellos que le habían sacado las ventajas a esos momentos y todavía seguían sacando a cada momento, aún adverso, son los que crean un mundo de justicia. De estos también el mundo estaba lleno. Y esa realidad social creaba y fomentaba las diferencias. La lucha de clases, en otros tiempos marcados por pensamientos filosóficos y por sistemas políticos, lamentablemente se evidenciaba en la práctica porque la naturaleza ya daba y quitaba los elementos indispensables y acumulados en la cadena sumatoria de toda la evolución. Y así cada vez entre generación y generación. Y hasta la naturaleza podría verse como caprichosa y selectiva. Volviéndose, entonces, una constante las diferencias y es cuando vuelve en el mismo círculo a repetirse la inevitable lucha de clases, entre los más aventajados y los menos, pero todo a nivel de condicionamiento psicológico con la lamentable repercusión social. Y no habrá mundo político real y concreto que en la práctica logre superar eso que la naturaleza hasta pareciera que fuera caprichosa.

Y el mundo actual y moderno volvía otra vez, en ese círculo repetitivo, aún cuando filosóficamente se dijera que la historia no se repite… se demostraba otra y otra vez más, que lamentablemente sí se repite. En donde los errores de ayer en relación al propio género humano, que era la máxima de las conquistas, volvían a repetirse sin el menor grado de vergüenza del sentido de humanidad. Se andaba, sí. Pero, igualmente, se quedaba. Y aquí volvía a repetirse la demarcación de una diferencia a las que ya se tenían sumadas, prevaleciendo el poderío de la injusticia de la que ya la naturaleza pareciera caprichosa. Y en nada o en poco prevalecía el sentido y el respeto del valor del género humano, al que se pisoteaba más a capricho. Entonces, el capricho agrandaba más las diferencias para comprobar en la realidad que sólo predominaba justamente que se es diferente. También para recordar, lamentablemente, que el sueño de justicia social, no es más que un triste deseo del hombre que jamás logrará. No lo ha logrado antes. Tampoco ahora. Menos después porque las diferencias vuelven a ser la única señal que prevalece entre los hombres. Y triste era decirlo, del género humano. Pero los hechos lo evidenciaban. 

Esa diferencia tenía, entre otras maneras de definirse, como la primacía de la ambición, que no era otra verdad que la aplicación del fuerte sobre el débil, ayer, hoy y siempre. Volvía a repetirse la historia. Más aún: volvía a confirmarse en una constante confirmación.


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