Capítulo 13

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La noticia de esa mañana era sobre “la comanche” y todos los del grupo estaban asustados porque la comanche era verdaderamente agresiva, no sólo verbalmente. 

-- ¿Y dónde la tienen? – preguntó uno del grupo al comprender que habría podido ser él.

-- Está detenida en la policía – contestó otro del grupo, también asustado y aliviado.

-- ¿Y el agraviado, dónde y cómo está? – preguntó con su elegancia típica el boxeador. Todavía no había llegado Pedro Pablo quien se hallaba ocupado por varios días en asuntos de un familiar enfermo. Tal vez no vendría tampoco esa mañana.

-- En el centro médico y parece que se murió – contestó Aníbal. A este punto todos se asustaron al comprender que “la comanche” era de cuidado.

El caso era que en la noche anterior, “la comanche” había herido con una botella rota en el cuello a Alfredo, uno de los que nunca dejaba de asistir a la matica que quedaba al lado de la puerta secundaria del cementerio de la ciudad. En el periódico había salido una nota al respecto diciendo que un indigente había sido herido por una mujer para robarlo. Pero lo que se decía en el grupo era que parecía que Alfredo había querido robarle la botella y “la comanche” se había defendido con un pico de botella que ella misma había roto en el piso para casi degollarlo en defensa de su propiedad. Todos estaban sorprendidos y asustados. También los vecinos estaban asustados y se preparaban a tomar todas las precauciones de seguridad y resguardo cuando “la comanche” saliera porque no cabía la menor duda que realmente era muy peligrosa.

Debajo de la matica se reunía el grupo de siempre. Al lado, sobre todo al mediodía, detrás de unas matas ornamentales de poca altura, como a unos dos o tres metros de la matica, se reunían también dos jóvenes todos los mediodías. El motivo ya no era la botella de licor, sino el fumar y el consumir droga. Uno de ellos trabajaba en una carpintería que quedaba a unos trescientos metros del cementerio por el lado contrario de la calle y entre doce y media a una y media iba siempre a darse su toquecito rutinario. Echaba una especie de semilla en un papel, lo mojaba con la lengua y lo enrollaba. Acto seguido lo encendía y aspiraba por varias veces sin verse que votara el humo. Enseguida le daba algunos ataques de tos. Así unas tres o cuatro veces hasta consumirse el cigarrillo improvisado para cada ocasión. Al comienzo iba con otro más. Después ya iba solo. Al cabo de algunos días ya no era solo al mediodía sino a cualquier hora. Se sabía que estaba ahí por los ataques de tos que le daban cada vez. Algunas veces se ponía a cantar en voz alta después de cada sesión y sentado en el suelo.

Debajo de la matica también se reunían en un comienzo dos muchachas cerca de la cinco de la tarde. Venían de la zona sur de la ciudad y se dirigían hacia el norte, hacia la parte de la barriada de esa misma zona del cementerio de la ciudad. Parecería que vinieran del trabajo. Llegaban y miraban hacia todos los lados como para cerciorarse de algo, bajaban un bolso, de uno de ellas, y sacaban un pequeño envoltorio y hacían la misma operación que el muchacho que trabajaba en la carpintería. Y se compartían el cigarro después de entrecortar cada fumada. Duraban cerca de unos siete minutos. Apagaban el cigarro y lo que quedaba lo guardaban en el mismo bolso. Casi siempre la matica estaba sola a esa hora del día. Las muchachas se arreglaban después el cabello, se acomodaban sus bolsos en sus hombros y salían hacia la calle para continuar su camino hacia la parte norte, hacia la parte adentro del barrio. Todo como si nada. Así un día y también el otro. Aunque, últimamente ya lo hacía sólo una sola muchacha. La edad de cada una estaría entre los veinticuatro y veintiséis, no más.

La matica daba para eso y albergaba a unos y a otros.


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