Capítulo 17
17
La salud del sobrino del amigo de Pedro Pablo era estable. Se trataba de problemas de salud mental, a pesar de sus apenas once años de edad. Lo habían llevado a todos los especialistas y en todos se encontraban los mismos resultados positivos. No era a nivel funcional orgánico. El cerebro y su estructura morfológica era de un niño normal. No se evidenciaba ninguna anormalidad a nivel de estructura y funcionamiento. El problema era más profundo y delicado, era a nivel emocional, era asunto de experiencia de familia, sobre todo de seguridad, en la que era determinante los años de la primera infancia y a la que no se podía regresar, ni para bien del propio niño, ni para tranquilidad de corazón y de conciencia de la propia madre en caso de querer sanar lo que el tiempo le había dado pero que en aras de hacer carrera y currículo laboral le había quitado. Había adquirido buenos puestos en el trabajo y logrado buenos ascensos y con ello buenas remuneraciones salariales, pero en aras del sacrificio de su hijo, la razón de todo. Ahora cuando quería volver sobre lo andado, no había nada que hacer sino lamentarse y echar pestes de su apego al trabajo. El niño le era el recordatorio de esa su abnegación y desapego al mismo tiempo. Muy exitosa y muy fracasada. El carro bonito y de última moda que le daba la seguridad en el entorno social y laboral era la envidia; pero el niño afectado era la realidad. Un tal vez o un quizás hubieran sido muy alentador para ella y su esposo en esas circunstancias porque entrarían en el mundo de las posibilidades futuribles; pero los hechos eran los hechos y no cabían los tal vez y los quizás porque la realidad era la que era sin futuribles sino con presentes que empañaban el futuro, tanto del niño, de ella y de su esposo, y de la familia y del matrimonio. Ese su futuro era real y ya no posibilidad. Si hubiera sido no cabía y no cambiaría la realidad. Lo que será y cómo será era lo que atormentaba a la familia. A veces el niño asumía comportamientos de niño autista, tal vez para enajenarse más de su propia realidad, y eso aumentaba la crisis familiar. Tal vez habría que psicoanalizar al niño y a la madre al mismo tiempo. O tal vez al esposo y a la madre en la misma sesión. Quizás un Freud no sería suficiente o un terapista solo tampoco. O a lo mejor el trabajo habría sido la excusa y el pretexto para no afrontar la realidad del matrimonio incluido en él al esposo y esa realidad. ¿O se trataría del complejo de Edipo en caso de serlo, ya no de una etnia, como la judía en caso de serlo, sino de una relación madre-hijo-esposo (papá), como adversarios y competidores? ¿Se trataría de la misma realidad en donde estaría faltando el complemento que explicaba y plenificaba la conexión; allá, Dios-hombre; aquí, trabajo-hijo? ¿El complemento no puede faltar, ni en uno ni en otro? Los hechos eran los hechos. ¿Y cómo se llamará en psicología, freudiana o no, el complejo contrario, ya no de Edipo, sino en el que la madre sacrifica al hijo en aras de su apariencia y éxito laboral, fútil y volátil como las circunstancias de estar en ese momento en el trabajo, y poco después no estarlo, sin cambiar en absoluto la producción laboral, para señalar que no se es indispensable, ni siquiera importante?
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