Capítulo 18
18
Las fiestas de carnaval habían invadido toda la ciudad y todo era comparsa y disfraces. Los sonidos de los tambores con silbidos de pitos conjugaban el son de los bailes en los que prevalecía el movimiento de las caderas de grandes y pequeños, especialmente en los del sexo femenino, aunque era la gran oportunidad para los de inclinación dudosa, especialmente en los de sexo masculino, quienes con el pretexto de zambas de carrozas y disfraces afloraban lo que reprimían durante el resto del año. El carnaval a estos últimos les daba como una especie de carta de ciudadanía y de aceptación y los convertía en los reyes de la emancipación so pretexto de estar en carnaval en donde se les permitía ser los anfitriones de una masa social que no paraba en reparos ni en prejuicios, tan pasajero y rápido como el parpadear para comprender que nada cambiaba en la ráfaga del tiempo, y confirmar y ahondar las tendencias naturales de todos y que se mostraban sin inhibiciones justo por esos días. Quizás a esa experiencia profunda sin saberlo de manera consciente se deba que muchos esperan con ansiedad esos días para desorbitar en el cosmos natural que nos marca pautas de comportamientos. Pedro Pablo no era la excepción. También había asistido a mirar las comparsas y a pesar de que sus dos hijos eran ya mayores de edad y no iban con él a esos espectáculos, había ido igualmente. Pedro Pablo había asistido con su mamá y habían disfrutado del ambiente festivo de esos días.
Pero volviendo al tema que lo tenía enmentado por esos días había intentado ahondar más sobre el tema de los judíos y se valía para ello del libro de Erich Fromm (judío ortodoxo, psicólogo social, psicoanalista y humanista), titulado El humanismo judío, y le había llamado la atención desde un comienzo donde el autor valiéndose de la idea de Rashi, exponía que Dios había consultado a los ángeles, para insistir en la idea de que Dios no era autócrata, y que la Escritura nos enseña que el más grande "debería siempre consultar y recibir autorización del menor", y sobre todo la idea principal del pensamiento judío, de que el hombre, aunque es mortal y afligido por el conflicto entre sus aspectos divinos y terrenales, es un sistema abierto y puede desarrollarse hasta el punto de compartir el poder de Dios y su capacidad de creación. El hombre no es Dios, pero es como Dios, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, según el relato del Génesis. Así El hombre se concibe como creado a semejanza de Dios, con capacidad para una evolución cuyos límites no están fijados y en una situación indefinida, incierta, abierta. Sólo existe certeza con respecto al pasado, y con respecto al futuro, la certeza de la muerte, como lo dijera en su libro el Arte de amar. . "Dios", observa un maestro jasídico- según Erich Fromm en El humanismo judío- "no dice que «era bueno» después de haber creado al hombre; "esto indica que mientras el ganado y todo lo otro estaba terminado después de haber sido "creado, el hombre no estaba terminado". Es el hombre mismo, guiado por la palabra de Dios, tal como está formulada en la Torah y los profetas, quien puede desarrollar su naturaleza inherente en el curso de la historia. La evolución del hombre consiste en la liberación de la tierra que como en el caso de Adán y Eva, sus ojos se abrieron luego que adquirieron el conocimiento del bien y del mal. Con este conocimiento se rompió la armonía originaria con la naturaleza. El hombre comienza el proceso de individuación y corta sus vínculos con la naturaleza. Así el hombre y la naturaleza se convierten en enemigos hasta que el hombre no sea totalmente humano; es decir, no es la historia de la "caída" del hombre, sino la de su despertar y, por consiguiente, señala el comienzo de su elevación. Para lograr esto es necesario que el hombre rompa los lazos maternos y paternos, que sea independiente, pues se trata del cumplimiento de lo que dice el mismo libro del Génesis en su capítulo 2, 24, donde dice que "por "tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola "carne", y en donde la independencia será la condición de su madurez. O en otras expresiones, es necesario romper la condición incestuosa del hombre, como el primer paso de su evolución. A este punto a Pedro Pablo le había impresionado cómo Erich Fromm exponía la idea de la sujeción y la obediencia pues ciertamente el hombre es débil y endeble, pero es también un sistema abierto que puede desarrollarse hasta alcanzar el punto en que es libre. Esas mismas ideas las expresaba Erich Fromm en su libro El arte de amar. El hombre necesita ser obediente a Dios hasta que pueda romper su fijación a los vínculos primarios y no someterse al hombre. Dios, en la literatura rabínica, es concebido como el supremo soberano y legislador. Es el rey que está por encima de los reyes, y aquellas leyes para las cuales la razón no puede encontrar explicación, tienen que cumplirse por el único motivo de que Dios las ha dictado. Y sin embargo, aunque esto es cierto en general, hay aserciones en la ley talmúdica y en la literatura judía posterior, que muestran una tendencia que habría de hacer al hombre completamente autónomo, aún hasta el punto de liberarse de Dios o, por lo menos, de tratar con Dios en términos de igualdad. El mero hecho de que el hombre se haya vuelto independiente y no necesite ya a Dios, el hecho de que Dios haya sido derrotado por el hombre, es precisamente lo que agrada a Dios. Con el mismo sentido dice el Talmud – sigue Fromm -: La naturaleza del "hombre mortal es tal que cuando ha sido conquistado es desdichado, pero cuando el único Santo es conquistado, se regocija" (Pesabim 119a). En verdad, ha quedado muy lejos aquel Dios que expulsó a Adán y Eva del paraíso porque temía que se convirtieran en dioses. Por eso fueron expulsados, según Fromm y su pensamiento judío ortodoxo.
Pedro Pablo estaba sorprendido al comprender que no era banal las inquietudes que tenía sobre los judíos al llegar a superar a Dios, ya como idea, ya como fruto de su invención y que ahora ya se habían despojado de ese Dios porque ya no lo necesitaban. La lectura de Erich Fromm le daban la razón a Pedro Pablo cuando antes de su lectura se había preguntado si sería normal que el hombre hubiese matado la idea de Dios y si es natural que esa idea de la superación de Dios por el hombre era una necesidad histórica y existencial. Erich Fromm al presentar el estudio del humanismo judío le estaba dando la razón a Pedro Pablo, sobre todo en la parte en que Fromm justificaba el nacionalismo judío en contra del universalismo, obra ésta del cristianismo. Eso de que en el caso afirmativo Pedro Pablo estuviese buscando la aprobación o no de Erich Fromm u otro autor, pero lo que le era sorprendente era que por los caminos intelectuales en los que andaba le estaban indicando que sus inquietudes tenían fundamentos y no eran tan descabelladas sus ideas. Volvía entonces Pedro Pablo a sus inquietudes iniciales que ahora tomaban un matiz de sorpresa y asombro ante las coincidencias de los encuentros y los hallazgos y comprobaba que no andaba muy lejos de ciertas verdades ocultas y practicadas tan a la luz pública que resultarían en un grito desgarrador a favor de la humanidad y sus más altos valores.
Esta última faceta remarcada por Erich Fromm pareciera definir y enmarcar la personalidad judía. Hay que independizarse de Dios, porque eso le agrada a Dios. Entonces parecería lógico y natural que Jacob venciera al ángel. ¿Sería ese el sentido implícito de ese relato? ¿No es eso lo mismo a decir de la muerte de Dios promulgada por Nietzsche? ¿Será esa la práctica actual de los judíos, en donde ya no hay Dios y su complemento, es decir el hombre como su reflejo, porque ya es en sí, Dios? ¿Habrá superado el hombre al propio Dios según la mentalidad judía? ¿O serán expresamente y propiamente los judíos quienes ya han superado a Dios, al que hay que superar porque eso le agrada a Dios? Realmente complicado el análisis a este punto. Ahí podría encontrarse una identificación y al mismo tiempo una diferenciación porque al ser expulsado del paraíso se comienza – según Fromm en la línea del judaísmo ordotoxo – la historia de la elevación del hombre. El cristianismo, por lo menos el presentado por Rossi de Francesco Gasperis, SJ., en su libro La roca que nos ha engendrado, nos habla precisamente que el paraíso no es otra cosa que el Jardín del Edén, es decir el mundo, en donde el hombre es colocado como huésped y coheredero y no dueño. Esa podría ser la diferencia. Al no ser dueño reconoce la autoridad y la propiedad del Creador. Dios ya no sería un competidor al que habría que vencer o superar, sino respetar su dimensión de Creador, y el hombre, al mismo tiempo reconocer su condición de criatura o huésped. Y Jesús de Nazareth es justamente quien nos recuerda con su vida y muerte en la cruz que es posible volver al Jardín del Edén siempre y cuando se respete esa condición de Creador-criatura. Tal vez por eso los judíos no acepten a Jesús de Nazareth porque entre otras cosas eso exige ver al prójimo como a un hermano y no como a un enemigo, muchos menos el propio Dios, a quien se le ve como un Padre en el caso del cristianismo.
Un detalle interesante en Erich Fromm, ahora en su libro El arte de amar, era lo que el autor decía que después de haber comido Adán y Eva del fruto del "árbol del conocimiento del bien y del mal", después de haber desobedecido (el bien y el mal no existen si no hay libertad para desobedecer), después de haberse vuelto humanos al emanciparse de la originaria armonía animal con la naturaleza, es decir, después de su nacimiento como seres humanos, vieron "que estaban desnudos y tuvieron vergüenza". O sea, que después que el hombre y la mujer se hicieron conscientes de sí mismos y del otro, tuvieron conciencia de su separatidad, y de la diferencia entre ambos, en la medida en que pertenecían a sexos distintos. Pero, al reconocer su separatidad, siguen siendo desconocidos el uno para el otro, porque aún no han aprendido a amarse (como lo demuestra el hecho de que Adán se defiende, acusando a Eva, en lugar de tratar de defenderla). La conciencia de la separación humana -sin la reunión por el amor- es la fuente de la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa y la angustia. El problema es cómo resuelve el hombre su separatidad, el ser distinto y el ser único y diferente. El problema es el problema del aislamiento del hombre de todos los tiempos. Para eso es necesario la unión con el grupo que es la forma predominante de superar el estado de separación. Se trata de una unión en la que el ser individual desaparece en gran medida, y cuya finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto en las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado; salvado de la temible experiencia de la soledad. Es en el dar más que en el recibir, sin negar que en el dar ya se recibe, donde el hombre de todos los tiempos supera su experiencia de soledad y de separatidad por la experiencia del amor, precisamente. El amor es un arte y se puede cultivar como se cultiva cualquier arte y se requiere que haya disciplina, concentración y practicarlo, precisamente porque es un arte. A este punto Pedro Pablo no entendía y muchos más, no comprendía, al mirar todo lo que estaba mirando sobre la realidad de los judíos. Encontraba realmente muy inspirador lo que decía Erich Fromm en este último libro y lo relacionaba con las ideas anteriores del humanismo judío, y no encontraba mucha conexión práctica con la realidad que se estaba viviendo. ¿Dónde se conectaban la idea de que el hombre tenía que superar a Dios, cosa que a Dios le agradaba – según la manera de presentarlo Fromm en continuidad con el judaísmo ortodoxo – con la puesta en práctica del amor como un arte que se aprende, precisamente para vencer la separatidad y la soledad?
Esa verdad o por lo menos esa manera de pensar justifica el descubrimiento del complejo de Edipo expuesto por Freud y del que separa justamente Erich Fromm. La diferencia entre los dos estaría en que el primero es ateo y el segundo es ortodoxo, y ambos judíos. Por lo menos Freud llega hasta el complejo de Edipo y a la religión como una vivencia psicológica de esa experiencia, mientras que Fromm siguiendo la línea ortodoxa mantiene que a Dios hay que superarlo porque eso le agrada al mismo Dios. A este punto la historieta que Pedro Pablo había encontrado en el libro de Fromm respecto a que a Dios se le puede superar e inclusive retar le era bastante revelador. Dice la historieta recopilada por el autor:
Sucedió una vez que hubo en Ucrania una gran carestía y los pobres no podían comprar pan. Los rabíes se reunieron en casa de Abuelo de Spol para una sesión del tribunal rabínico. El Rabí de Spol les dijo: Tengo una acusación contra Dios. Según la ley rabínica, el amo que compra un siervo judío durante un tiempo establecido (seis años o hasta el año del Jubileo), lo debe alimentar no sólo a él sino también a su familia. Ahora bien, el Señor nos compró en Egipto como siervos suyos, puesto que Él dice: «Para mí los hijos de Israel son siervos», y el profeta Ezequiel dijo que, aun en el exilio, Israel, es el esclavo de Dios. Por consiguiente, oh Señor, te pido que Tú te atengas a la ley, y alimentes a tus siervos con sus familias. Los diez jueces dieron sentencia en favor del Rabí de Spol. Pocos días después llegó un gran cargamento de granos desde Siberia, y los pobres pudieron comprar pan.
A este punto Pedro Pablo recordaba con una sonrisa de satisfacción la película un violinista en el tejado, en donde el personaje pelea y litiga con Dios en un estilo muy particular. Tal vez en esa misma película estaba implícita la idea de litigar con Dios y ganarle la disputa según el relato de la historieta del tribunal rabínico. Tal vez.
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